Cada vez son más las evidencias de que la obesidad aumenta el riesgo de desarrollar cáncer, pero no se entiende bien por qué. Esclarecerlo –y dar así con la forma de romper la relación entre obesidad y cáncer– es el objetivo principal del nuevo Grupo de Interacciones Metabólicas del CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas), integrado por catorce investigadores e investigadoras y dirigido por Guadalupe Sabio.
Veterinaria y doctora en bioquímica, Sabio ha dedicado su carrera a investigar la relación del metabolismo –las reacciones químicas que se producen en las células y aportan energía al organismo– con las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el cáncer. Los últimos doce años ha estado en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC).
Ahora, con su paso al CNIO, se centrará “en cómo pueden afectar a la aparición de tumores y metástasis las alteraciones en los procesos metabólicos, tanto del cuerpo como del interior de las células”, dice Sabio, que recibió en 2012 el premio Princesa de Girona de Investigación Científica.
Del exceso de grasa al tumor
“Creemos que la obesidad está relacionada con el cáncer porque altera el tejido adiposo [en el que se acumula la grasa], y este envía a otros tejidos señales que pueden afectar al desarrollo de tumores”, explica la investigadora.
Sabio y su grupo han descubierto que la acumulación de grasa provoca que los orgánulos donde esta grasa se quema para producir energía, las mitocondrias, trabajen de forma acelerada. Bloquear este fenómeno de estrés celular es una vía para combatir el cáncer hepático, según han hallado. Ahora investigarán si ocurre lo mismo en cáncer de mama.
El nuevo grupo estudiará también si, actuando sobre el metabolismo de las células tumorales y de las que las rodean, es posible frenar el crecimiento del cáncer. Parten del conocimiento previo de que cuando el combustible de las células –glucosa o ácidos grasos en proporciones variables– cambia, la capacidad de proliferar de las células cancerosas también varía.
Detectar hígado graso con un análisis de sangre
Otro hallazgo del grupo es que, si se altera el ritmo normal de la actividad del hígado, sincronizado de manera natural con el ciclo día-noche (circadiano), los animales modelo desarrollan un tipo de cáncer. Sabio se pregunta si las moléculas implicadas en ese proceso podrían contribuir a detectar la predisposición al cáncer de personas con hígado graso –una patología relacionada con la obesidad asociada a lesiones en el hígado y cáncer–.
Su grupo ha observado cómo, cuando la grasa se acumula en el hígado, se activan una serie de señales que terminan induciendo cáncer hepático. Estas señales se pueden traducir en la secreción de proteínas a sangre que podrían ser biomarcadores de diagnóstico temprano. Para poder identificar dichos marcadores, Sabio coordina un proyecto IMPaCT del Instituto de Salud Carlos III, en el que investigadores de nueve centros de toda España buscan marcadores de hígado graso y fibrosis hepática que ayuden a diagnosticar precozmente estas patologías.
El metabolismo del corazón de los bebés
Otro de los proyectos del grupo investiga las proteínas implicadas en el cambio del metabolismo en el corazón de los bebés. “Es una parte muy bonita del desarrollo del corazón”, explica Sabio; “su metabolismo cambia completamente con el nacimiento. En la etapa prenatal utiliza azúcares, y a partir del nacimiento se basa en ácidos grasos”. Tras identificar proteínas implicadas en ese cambio, quieren comprobar la hipótesis de que esas proteínas también controlan la modificación del metabolismo que necesitan activar las células cancerosas.
Para Sabio, “la investigación se nutre de quien te rodea. Igual que mi estancia en el CNIC me ayudó a aplicar lo que yo sabía de metabolismo a cambios que aparecen en el corazón e intentar entender el metabolismo cardíaco”, el traslado de su grupo al CNIO “impulsará nuestro intento de ver cómo afecta al cáncer todo lo aprendido sobre el metabolismo de las células y del tejido adiposo. En el CNIO nos rodean grupos especializados en cáncer hepático, cáncer de mama, metabolismo, ritmos circadianos y sistema inmune, comunicación entre tejidos, y muchos otros”.
Además, “unidades como el Biobanco del CNIO aumentan nuestra capacidad de transferir y trasladar nuestra investigación al paciente”.