Un estudio reciente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha desvelado una pieza clave en el rompecabezas de los beneficios del ejercicio físico: la microbiota intestinal. La investigación, liderada por el Centro de Neurociencias Cajal (CNC), demuestra que la práctica moderada de deporte no solo mejora la memoria y la capacidad cognitiva, sino que sus efectos positivos están modulados, en gran medida, por las bacterias que habitan en nuestro intestino. Estos hallazgos abren una nueva vía para desarrollar terapias personalizadas y tratamientos para enfermedades neurodegenerativas.
Tradicionalmente, se ha reconocido el impacto positivo del ejercicio sobre el cerebro, destacando su capacidad para combatir el envejecimiento y mejorar la evolución de enfermedades como el alzhéimer. Sin embargo, el estudio matiza esta visión al poner de relieve el concepto de hormesis, una curva que determina el punto óptimo de ejercicio a partir del cual los beneficios desaparecen e incluso pueden volverse contraproducentes. Este punto de inflexión varía según cada persona, lo que subraya la necesidad de una práctica individualizada. «Hay un punto óptimo de ejercicio desde el cual se logran beneficios, y pasarse de esa dosis puede no sólo no ayudar, sino impedir esas mejoras», subraya Elisa Cintado, investigadora del CNC-CSIC y primera autora del estudio.
El trabajo, publicado en la prestigiosa revista eBioMedicine, del grupo The Lancet, se centró en un modelo animal para analizar los efectos del ejercicio de intensidad media y larga duración. Los investigadores observaron que el ejercicio moderado, definido como unos 40 minutos de actividad a velocidad media, mejoraba notablemente el rendimiento cognitivo, la discriminación espacial y la generación de nuevas neuronas en el hipocampo, una región cerebral fundamental para la memoria y el aprendizaje. Además, este tipo de ejercicio incrementaba la diversidad de las bacterias intestinales, un indicador clave de una microbiota saludable.
La microbiota: el eslabón perdido
El descubrimiento más impactante del estudio es el papel causal de la microbiota en este proceso. Para confirmarlo, los científicos realizaron un experimento de trasplante de microbiota fecal. Tomaron muestras de ratones que habían realizado ejercicio moderado y las transfirieron a ratones sedentarios. El resultado fue revelador: los ratones sedentarios que recibieron la microbiota de los ratones activos mostraron una mejora en la memoria y un aumento en la neurogénesis, replicando los efectos del ejercicio sin haberlo practicado. «Esto demuestra de forma causal que los efectos cognitivos del ejercicio pueden ser mediados, en gran parte, por la microbiota intestinal», afirma Cintado.
Curiosamente, los ratones que recibieron la microbiota de aquellos que habían realizado ejercicio de larga duración no experimentaron estas mejoras, lo que refuerza la idea de que la moderación es la clave. El estudio también identificó géneros bacterianos específicos, como Acetatifactor y ciertas especies de la familia Lachnospiraceae, que contribuyeron positivamente al rendimiento cognitivo de los animales.
Un puente entre intestino y cerebro
La investigación también profundizó en los mecanismos biológicos detrás de esta conexión. Los efectos beneficiosos en el cerebro, tanto en los animales ejercitados como en aquellos que recibieron el trasplante de microbiota, se asociaron con un aumento de las células madre neuronales y de las neuronas inmaduras en el hipocampo. Las correlaciones estadísticas entre los niveles de ciertas bacterias intestinales y los marcadores de neurogénesis fortalecen la hipótesis de que la microbiota actúa como moduladora de la plasticidad cerebral.
Además, el estudio reveló que el ejercicio moderado mejora la integridad de dos barreras biológicas cruciales: la barrera hematoencefálica y el epitelio intestinal. Por el contrario, el ejercicio intenso causó alteraciones en ambas barreras, lo que podría explicar por qué la práctica excesiva no es beneficiosa. Este complejo diálogo entre el intestino y el cerebro demuestra la simbiosis intrincada que existe entre ambos órganos.
Futuro de la salud y el bienestar
Aunque los experimentos se realizaron en modelos animales, los hallazgos tienen importantes implicaciones para la salud humana. El estudio sugiere que el impacto del ejercicio en el cerebro depende de su tipo, duración e intensidad, y que la personalización de los programas de entrenamiento, adaptados a las características fisiológicas y microbianas de cada individuo, podría maximizar sus beneficios. «Deberíamos replantearnos la idea de que más ejercicio no siempre es mejor. Una práctica moderada, constante y adaptada a cada persona puede ser más eficaz tanto para el cuerpo como para el cerebro», afirma el investigador del CNC-CSIC, José Luis Trejo.
Esta investigación también abre la puerta a nuevas terapias basadas en la microbiota para tratar enfermedades neurodegenerativas y trastornos cognitivos. La posibilidad de modular las funciones cerebrales a través del ecosistema intestinal es un campo prometedor que podría cambiar la forma en que abordamos la salud mental y neurológica en el futuro