El suicidio entre los jóvenes españoles se ha consolidado como uno de los mayores desafíos de salud pública de nuestro tiempo. Así lo confirma el reciente encuentro celebrado en la Escuela de Salud Pública de Menorca 2025, donde psiquiatras, epidemiólogos y especialistas en salud mental debatieron sobre la conducta suicida en población joven. Organizado por el Instituto de Salud Carlos III y la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM), el foro abordó una realidad tan dolorosa como urgente: cada vez más menores de 25 años están sufriendo en silencio.
Los expertos lo expresaron sin rodeos. “El suicidio en jóvenes y adolescentes es la consecuencia fatal de trastornos mentales de base”, afirmaron en las conclusiones del encuentro. Y aunque los datos son menos alarmantes que en la población adulta, la tendencia preocupa. En 2023, murieron por suicidio 200 jóvenes menores de 25 años en España, una cifra que representa el 5% del total de muertes autoinfligidas en el país. Pero detrás de esos números hay miles de historias no contadas: cada año, se registran más de 4.500 intentos de suicidio en este grupo de edad.
Una epidemia silenciosa entre adolescentes
Más allá de las cifras, el informe pone el foco en las raíces del problema. En la mayoría de los casos, la conducta suicida no aparece de forma repentina, sino que se gesta sobre un terreno de vulnerabilidad psicológica y emocional. “Más del 96% de los intentos de suicidio en hombres y mujeres tienen como base un trastorno mental”, subrayan los especialistas. La mayor parte de ellos están relacionados con trastornos de personalidad, ansiedad y alteraciones del estado de ánimo.
La prevalencia de trastornos mentales entre los jóvenes no es nueva. Ya en 2003, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que el 20% de los adolescentes y jóvenes presentaba algún problema psicológico. Pero hoy la situación es aún más grave. Según los datos presentados en Menorca, la patología mental afecta ya al 34% de la población española, lo que significa que una de cada tres personas sufre algún tipo de trastorno. En los menores de 25 años, estos problemas tienen un carácter especialmente vulnerable: “El cerebro del niño y del adolescente son cerebros inmaduros, con mayor predisposición a lo emocional, lo impulsivo y la ausencia de visión integral”.
Este desequilibrio emocional, sumado a un entorno social y digital cada vez más complejo, contribuye a la aparición de conductas autodestructivas. La combinación de inmadurez psicológica, falta de recursos emocionales y un contexto social frágil es, según los expertos, una tormenta perfecta.
Los factores que rodean al suicidio juvenil
El encuentro de la Escuela de Salud Pública de Menorca dedicó una parte esencial al análisis de los factores de riesgo. No se trata solo de cuestiones biológicas o genéticas, sino de un entramado de circunstancias sociales, familiares y culturales que determinan el bienestar psicológico de los jóvenes.
Entre los principales riesgos, los especialistas señalaron la falta de cohesión social y de valores compartidos, lo que debilita la construcción de una identidad sólida. “Los entornos de baja cohesión social y ausencia de valores compartidos favorecen construcciones identitarias débiles cuyo único potencial es la movilización para la consecución de deseos y satisfacciones”, alertaron. En un contexto así, el adolescente pierde sentido de trascendencia y se vuelve más vulnerable a la frustración. “Estos contextos favorecen una intolerancia al sufrimiento que, en el caso de los jóvenes, es más difícil de afrontar por su inmadurez psicológica y orgánica”.
El entorno familiar emerge, una vez más, como un factor determinante. La calidad del vínculo afectivo, la comunicación y el acompañamiento durante la infancia y adolescencia son elementos esenciales para prevenir trastornos mentales. Los expertos recordaron que la crianza durante los tres primeros años de vida tiene un impacto duradero en la salud mental futura. Un entorno “receptivo, seguro y afectivo” permite al niño desarrollar una identidad fuerte y un sentido de pertenencia que actúan como protectores frente a la desesperanza y la ideación suicida.
Las redes sociales y el mundo digital: un riesgo en expansión
Si hay un elemento que ha irrumpido con fuerza en la salud mental juvenil es, sin duda, el mundo digital. La dependencia de las pantallas, el uso compulsivo de las redes sociales y la exposición a contenidos tóxicos son hoy uno de los mayores desafíos para padres, educadores y profesionales de la salud.
El documento de conclusiones es contundente: “Las nuevas tecnologías, en concreto pantallas, redes sociales y mundo digital han irrumpido con fuerza en España, sin regulación en las escuelas y sin previsión de estándares para un tiempo de uso racional”. Esta falta de control ha derivado en una exposición masiva de los menores a entornos digitales que no siempre son seguros ni apropiados para su desarrollo emocional.
Los expertos advierten que los efectos de las pantallas sobre el cerebro infantil son reales y medibles. Diversos estudios apuntan que el uso prematuro de dispositivos digitales puede alterar los procesos de maduración cerebral y afectar la capacidad de concentración, el aprendizaje y el desarrollo emocional. Por ello, el encuentro de Menorca recomienda la prohibición total del uso de pantallas en menores de 3 años, la restricción en la infancia y un uso racional y supervisado en la adolescencia.
Pero el problema va más allá del tiempo frente a la pantalla. Según el documento, “el daño se relaciona más con la calidad de lo que se ve que con el tiempo dedicado”. En un entorno digital dominado por la comparación, la búsqueda de aprobación y la exposición constante, los adolescentes desarrollan una relación emocionalmente dependiente de las redes. Esa dependencia puede derivar en ansiedad, baja autoestima, depresión o ideación suicida, especialmente cuando los jóvenes se enfrentan al rechazo o al ciberacoso.
“España está entre los países en cabeza en bullying y ciberbullying, grandes factores de riesgo para la ideación suicida”, advierte el informe. En este contexto, los especialistas subrayan la necesidad de educar en el uso crítico de las redes sociales, fomentar espacios de diálogo en las familias y reforzar la educación emocional en las aulas.
Un cerebro joven frente a un entorno hostil
Uno de los puntos más debatidos durante el encuentro fue la relación entre la maduración cerebral y la exposición temprana al estrés digital y social. Los adolescentes, explican los psiquiatras, poseen cerebros inmaduros que privilegian la recompensa inmediata y las emociones intensas frente al pensamiento reflexivo. “Tienen aún pocas herramientas para afrontar frustraciones y sucesos negativos”, se subraya en las conclusiones.
Este desequilibrio neuropsicológico, en un entorno que promueve la inmediatez, la comparación y la búsqueda constante de validación, puede derivar en una pérdida de resiliencia emocional. La consecuencia directa es que muchos adolescentes no logran tolerar el sufrimiento ni poner en perspectiva los problemas cotidianos. Esa intolerancia al malestar es, según los expertos, uno de los factores más peligrosos en la génesis del suicidio juvenil.
El uso nocturno de pantallas agrava aún más la situación. “Las redes y el uso de pantallas impactan sobre el sueño de jóvenes y adolescentes, que encuentran en la noche momentos de falta de supervisión familiar para hacer uso excesivo de pantallas”, destaca el documento. La falta de descanso altera los ritmos biológicos, incrementa la irritabilidad y deteriora la salud mental.
El papel de la psicoterapia y la prevención comunitaria
Frente a esta realidad, los especialistas coinciden en que la prevención es posible y efectiva. Los trastornos mentales moderados o leves, que constituyen la mayoría de los casos relacionados con intentos de suicidio, responden mejor a la psicoterapia que a la farmacoterapia. “Los trastornos de personalidad, los más frecuentes en los intentos de suicidio, requieren un abordaje largo cuya indicación de base no se basa en la farmacoterapia, sino en la psicoterapia”, señalan los expertos.
La Escuela de Salud Pública de Menorca destacó varios programas de investigación centrados en la población juvenil, como los estudios Universal y Promes, dirigidos al ámbito universitario, y el proyecto Survive, orientado específicamente a la prevención de conductas suicidas o reincidentes. Todos ellos comparten una premisa: la intervención temprana y la atención integral son la clave para reducir las conductas autodestructivas.
Además, la prevención no puede limitarse al ámbito sanitario. Los expertos insisten en la necesidad de una respuesta social y comunitaria que incluya a familias, escuelas, medios de comunicación y políticas públicas. Los entornos donde los jóvenes puedan “construir sentidos de identidad y pertenencia sólidos, así como valores y creencias compartidos” son esenciales para contrarrestar el vacío emocional y el aislamiento.
Educar en la esperanza
El suicidio juvenil es, en última instancia, un síntoma de una sociedad en crisis emocional. La presión por rendir, la falta de conexión familiar, el aislamiento digital y la ausencia de referentes sólidos están dejando a miles de adolescentes sin recursos para afrontar el dolor o la frustración. Pero los expertos insisten en que la esperanza es posible si se actúa a tiempo.
La educación emocional en las escuelas, el acompañamiento familiar y la regulación del entorno digital son herramientas imprescindibles. “Los niños y adolescentes precisan de contextos sociales donde poder construir sentidos de identidad y pertenencia sólidos”, concluyen los especialistas. Y ese entorno solo puede nacer de una comunidad comprometida con el bienestar de sus jóvenes.
El suicidio juvenil no es un destino inevitable, sino una llamada urgente a reconstruir los lazos afectivos, fortalecer la empatía y enseñar a los jóvenes que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía. En palabras de los expertos de la Escuela de Salud Pública de Menorca, “existen medidas de prevención efectivas para reducir su frecuencia”. La clave está en no mirar hacia otro lado.